III
Quería despertar. Salir de ese mal sueño sudando y
respirando rápida y profundamente, como solía ocurrir años atrás. Esa sensación de,
aun habiendo pasado horas, no ser consciente de que aquello que ocurría era
real, me hacía recordar con dolor los días en los que tuve que aceptar que mi
madre no volvería a sentarse en la mesa a la hora de cenar. La diferencia
estaba en que aquello me requirió meses mientras que, tras haber acogido de
vuelta a Dani en clase, ya empezaba a mentalizar de alguna forma lo ocurrido aquel día.
Decidimos dejarle apartado, en la esquina que Claudia había utilizado a modo de refugio psicológico. Cuando me uní al socorro de algunos de mis compañeros, Dani parecía estar en trance. No oía, no dirigía la vista a ningún lado y el único movimiento que producía era la tensa y constante agitación que traía desde el pasillo. Lo último que necesitaba era que le agobiáramos.
—Esto no mola una mierda, tío—Richar hizo que apartara
la mirada de Dani—. Puedo oír cómo sigue comiéndose a Marcos ese hijo de puta—recordarlo
hizo que un escalofrío me recorriera la espalda y, lo que noté más aún, el
hombro derecho.
Me quejé. Parecía que el dolor no era el mismo
que cuando nos encerramos, pero seguía haciendo que me ardiera esa zona de la
espalda con cada movimiento.
—Te sigue doliendo, ¿eh?
—Bastante.
—Entre tú y Fer estamos jodidos—sonrió y me puso la
mano en mi hombro sano, intentando animar un poco la situación.
Fer seguía en la ventana después de haber
vomitado un par de veces por ella. Entre eso y que ya iría por su sexto cigarro
de liar, no quería imaginarme como tenía que olerle el aliento.
—Dios, tengo mucha hambre. Si tuviera aquí la
mochila… ¡me había traído un bocata de la hostia! —dijo Richar marcando en el
aire una gran medida con sus palmas enfrentadas.
Ya llevábamos casi cuatro horas allí metidos y, a
pesar de las crudas imágenes de las que habíamos sido testigos, el hambre
empezaba a dar sus primeras señales.
—Peor que el almuerzo son los móviles. Estamos
aún más incomunicados sin ellos.
—En eso la Claudia esta ha sido lista. Llevándolo
siempre encima, digo.
—Coño, es verdad. ¡Claudia!—alcé la voz demasiado. La chica levantó el rostro
desde sus rodillas con una expresión entre preocupación e interés—. Diles a los
de Griego que bloqueen la puerta con una mesa o algo mientras eso esté
distraído y que no la vuelvan a tocar—asintió e hizo exactamente lo que le dije—.
Ah, y si te enteras de algo importante, por las noticias o algo así, avísanos.
—Cómo controlas, tío—dijo Richar.
—Esto ha sido solamente sentido común, no te
pases—me quedé callado por un instante, recordando las palabras que nuestro
compañero fallecido me dedicó antes de salir—. Es más… Marcos tenía razón.
Siempre hablo pero mira quiénes se la han jugado al final. Quiénes han dado la
cara.
—No te rayes ahora por eso, ¿eh? Que lo último
que necesitamos es que te nos deprimas—me dedicó una amplia sonrisa.
—Creo que voy a ver cómo va Dani. En parte es
culpa mía que Marcos cruzara la puerta.
Me levanté y comencé a caminar hacia el serio compañero.
—¡Eh! —me giré—. Si alguien tiene la culpa,
somos todos. Ninguno pudo frenarlo, colega.
Esas palabras no me animaron, pero sí me quitaron
algo de peso en la conciencia. Me volví a girar y atravesé la clase, bajo la
atenta mirada de los callados compañeros, hasta estar de pie junto a Dani.
Tenía la mirada fija al suelo que había entre sus dos piernas estiradas.
—Hey, tío—le dije golpeándole suavemente el
hombro con la mano tras ponerme de cuclillas junto a él.
Respondió a mi gesto con un brusco movimiento
apartándome la mano y respirando fuertemente. Sus ojos, abiertos como platos,
se dirigían hacia mí acompañados de una expresión de terror. Al ver que aquel
demonio no había cruzado la puerta de clase y era yo el que le había saludado,
respiró aliviado.
—Hostia, perdona… Me has asustado.
—Perdóname tú a mí, no tenía que haber sido tan
directo de golpe—me senté a su lado, ignorando la sangre seca que cubría gran
parte de su rostro y camiseta.
Nos quedamos callados por unos segundos. No
quería sacar el tema, pero tenía que hacerlo. Si yo me sentía mal por Marcos,
él, que tuvo los cojones de, aun estando desarmado, salir a ayudar al gordito
sin éxito, debía de estar sufriendo de una culpabilidad insoportable. Eso sin
mencionar el trauma que debe haber supuesto apreciar de cerca la cara de la
muerte. Y su macabra sonrisa.
—Eres un héroe, colega.
—¿Un héroe? ¿Tú crees?—emitió un pequeño
sollozo y bajó la mirada para ocultar su rostro—. Marcos está muerto. Y no pude
hacer nada. Es más, su intento por salvarme fue lo que le mató, tío.
—Si no hubieras salido, habría muerto antes. Por
no decir que fuiste el único que tuvo la valentía de cruzar la puerta a
socorrerle.
—Por eso mismo, me arriesgué para nada. Soy un
inútil—giró la cabeza, mirándome desde la posición que estaba y dejándome
apreciar sus humedecidos ojos—. Puedes llamarme de todo menos héroe, Chuli.
—Mira, Marcos iba a irse de todas formas. ¡Alégrate
de seguir vivo!—mis palabras sonaron más duras de lo que había imaginado, pero
al fin y al cabo era lo que quería decir.
Los casi inaudibles susurros cesaron, haciendo
que el ya familiar silencio volviera a reinar en la sala.
—Gracias—dijo Dani, rompiendo el silencio.
Le puse la mano en el hombro, esta vez sin una
respuesta corporal más que una leve sonrisa por su parte. Continuamos charlando
en un tono más bajo, incitando a los demás a que volvieran a sus asuntos.
—Sinceramente, me alegro de teneros aquí. Si esto
mismo hubiera pasado y solo estuvieran Carlos y Jaime, creo que me pegaría un
tiro—me contagió la risa.
—Ya será para menos… Imagina que te hubiera
ocurrido en Electrotecnia—hice que emitiera una buena carcajada—. Yo me pegaría
el tiro solo por tener que darla.
—Soy del itinerario de Salud, no tengo que dar
esa asignatura.
—¡Me alegro por ti entonces!
Las risas habían silenciado el propio silencio.
Tras horas de pura tensión, me sentía como nunca. Quién iba a decirme que me iba
a reír tanto con aquel que había sufrido más lo ocurrido. La vida puede
sorprenderte incluso en los peores momentos.
—Si no recuerdo mal, los de aquí al lado son los
del Tecnológico, ¿no?
—Exacto—le contesté.
—Qué mala pata…—comenzó a dibujar una sonrisa
nostálgica—. Tiene gracia que me burle de ellos—rió con desgana—. ¿Sabes por qué? De pequeño, yo quería
ser…—paró en seco de hablar. Y de moverse.
Comenzó a dirigirme la mirada lentamente mientras
su cabeza empezaba a temblar. El zarandeo era tenso, como cuando volvió a
entrar en clase, pero esta vez no tenía la misma razón de ser. Parecía que
estaba aguantando la respiración, pero no lo hacía voluntariamente.
—¿Qué te pasa?—me giré y le agarré de los
hombros.
Los movimientos de su cabeza eran cada vez más bruscos.
El cuello jugaba con ella lanzándola en todas direcciones hasta que, en un
momento dado, la hizo chocar con la pared que tenía detrás. El golpe debía de
haberse oído en la clase de la lado, esa de la que hasta hacía unos momentos
nos estábamos burlando.
Todos se levantaron mientras que Richar, que
había estado pendiente en todo momento, ya se encontraba a menos de cuatro
metros.
Dani apretó los dientes y los mostró como un
perro rabioso, aun presa del violento tembleque que se extendía al resto del
cuerpo. Me incorporé y me aparté temiendo lo peor.
El movimiento cesó. Por un momento pensé que el
resto de mis compañeros tenían que estar oyendo el pulso de mi corazón como
fuertes martillazos consecutivos. Unos gritaron y otros se echaron para atrás cuando
Dani emitió ese horrible grito y abrió los ojos.
No podía ser. Ya habíamos tenido suficiente.
Sus heladoras y enormes pupilas pasaron por cada
uno de nosotros, hasta que se pararon en el objetivo más cercano: yo. Si
hubiera pestañeado, no podría haber visto venir su ataque. Tenía su rostro a
menos treinta centímetros del mío, cuando la parte inferior de una de las
sillas verdes le impulsó hasta la pared. Nada más ver esos ojos negros como el
ébano, Richar se había hecho con una de las sillas más cercanas. Ahora Dani se
encontraba entre la silla y la pared, limitado por las cuatro patas metálicas.
«Otra vez no», pensé, «Ya es hora de actuar».
Agarré otra silla.
—¡Hay que llevarlo hasta la puerta!—ordené con
contundencia—. ¡VAMOS!
En el fondo, ese plan no me convencía del todo.
Íbamos a entregarle en bandeja a ese monstruo si todo salía bien. Pero no había
tiempo para pensar, solo un objetivo: sobrevivir.
Para mi sorpresa, Carlos también decidió
colaborar. Seguramente lo hacía más por él que por los demás, pero por lo menos
lo hacía. Richar, que sujetaba la silla colocando el respaldo bajo su brazo
derecho, era el que iba controlando más a nuestro rabioso compañero, mientras
que yo y el musculitos apoyábamos por cada lado con nuestros respectivos escudos
improvisados. Atrapado dentro las barras de metal entrelazadas, el retenido
empujaba para alcanzarnos con los ojos abiertos a más no poder. Una vena
comenzó a marcarse en su sien.
Dani no era él. Y no lo volvería a ser.
Mientras tanto, los demás iban apartando las
mesas cercanas a la pared de las ventanas para abrirnos el paso. Después solo
quedaría caminar frente a la pizarra y que nos abrieran la puerta, desde donde
le echaríamos rápidamente.
Seguíamos avanzando lentamente, aguantando las
fuertes sacudidas que realizaba debido a la incapacidad de mover los brazos. Yo
era incapaz de dejar de mirar su rostro, pensativo. ¿Cómo era posible que
hubiera pasado de estar riendo a… esto? Uno de sus bruscos movimientos me
obligó a empujar con fuerza desde mi lado, el derecho.
—¡Ag!
Sabía que el puto golpe me iba a dar problemas.
—¿Estás bien?—preguntó preocupado Richar, sin
perder de vista al antiguo Dani.
—Sí, tranquilo. Ahora cuidado con la esquina.
Maniobramos como pudimos. Hubo un momento en el
que el ser intentó escapar agachándose aprovechando el hueco que dejaba la
esquina, pero con un rápido movimiento, Richar consiguió poner una de las patas
entre sus piernas y otra bajo su axila izquierda. Cuando estuvimos en las
condiciones para colocarnos como antes, lo hicimos.
—¡Preparaos en la puerta!—avisé.
Alma se colocó rápidamente. Confiaba plenamente
en ella.
En el momento que las patas iban arrastrándose
por la pizarra, que recorría todo el muro, una sinfonía de desagradables y agudos
chirridos iba aumentando sus integrantes y su volumen. El sonido taladraba
nuestros tímpanos hasta el punto que Carlos separó unos centímetros su silla
con el fin de suavizar aquella tortura. Por un segundo, Richar soltó una de sus
manos para volver a juntarla con la pizarra. Con una dura mirada le dijo todo.
Resentido, Carlos no volvió a despegar el asiento.
Como si él también lo sufriera, Dani comenzó a
emitir sonidos desgarradores. Una especie de gritos desesperados tirando a
lamentos que ponían los pelos de punta. No teníamos del todo claro si era el penetrante
ruido lo que le molestaba o se trataba de su último recurso para intentar
escapar, pero la proximidad a la puerta hizo que dejáramos de preocuparnos por
eso.
Llegaba el momento clave. La coordinación desde
que se desbloqueara el pestillo hasta que se volviera a bloquear tenía que ser
milimétrica y fluida. El mínimo fallo podría ser fatal. Por suerte, la puerta
abierta dejaba a Alma detrás de esta y el camino libre para expulsarlo del
aula.
Todos nos miramos y asentimos. Mientras tanto,
Claudia, Jaime y Marta, observaban expectantes. Alma comenzó la cuenta atrás.
—Tres…
Mi corazón aceleró el ritmo.
—Dos…
Noté como Richar empezó a temblar.
—Uno…
Tensamos todos los músculos de nuestros cuerpos.
—¡Ya!
Un pequeño click precedió el veloz movimiento en
arco de la puerta.
La figura del demonio en el marco de la puerta,
quieta e imponente, nos dejó helados. Ese hijo de puta estaba ahí,
esperándonos, sin haber aporreado la puerta antes. Podría haber acudido a la
llamada de su semejante o simplemente al molesto ruido que provocaron las patas
de las sillas en la pizarra, no lo sé. Lo único seguro es que no fuimos
silenciosos, precisamente.
Tras unas
milésimas de vacilación, los tres decidimos actuar simultáneamente. Colocamos
con precisión a nuestro recién convertido frente al que ya tenía experiencia en
eso de ser un monstruo caníbal. Este último chocó contra Dani en uno de sus ya
conocidos lanzamientos hacia las presas. Para nuestra sorpresa, ignoró por
completo a su compañero de locura, pero el resto de sus objetivos no habían
cambiado. Actuaba con más violencia y, aunque me costara admitirlo, sin la
fuerza de Carlos habríamos cedido ante las dos criaturas en ese mismo momento.
Aguantamos los empujones y contraatacamos, echándoles cada vez más hacia fuera.
Fue un gran fallo no pensar en Javi. De alguna
manera imaginé que seguiría entretenido como la última hora. Al irnos asomando
al pasillo maldito, una imagen y un olor me golpearon con tal fuerza que casi dejo
caer mi silla. Fue en ese momento cuando comprendí el por qué ese demonio había dejado de comer. El esqueleto de Marcos yacía en el suelo,
cubierto por finas capas de gelatinosa carne por la zona de la caja torácica,
que había sido abierta. Y vaciada. Su ropa se interponía como una fina alfombra
entre el suelo y los restos de nuestro compañero, roída y empapada en su propia
sangre. De la cara se intuía de nariz para arriba, habiendo sido arrancados los
redondos mofletes y parte de los labios.
Como si la peste que el cuerpo desprendía no
fuera suficiente, el ser había dejado aún más sorpresas. El resto de otras dos
nuevas regurgitaciones yacían cerca del cadáver, una de ellas extendida tras
haber pasado este por encima. Parecía actuar por un hambre voraz, pero luego
vomitaba todo aquello que engullía. Una idea hizo que me estremeciera: si tras
haberse tragado casi entero a Marcos lo había echado, ¿cuál fue el motivo del
primer desecho? Parecía que el gordito no había sido la primera víctima de su
sobrehumano apetito. ¿Félix? ¿El profesor de Educación Física?
—¡ATRÁS!—gritó Richar.
En ese breve momento de evasión ya les habíamos
desplazado lo suficiente como para volver y cerrar rápidamente la puerta.
Hicimos marcha atrás sin cambiar de postura, con las sillas aún apuntando hacia
adelante. “¡Pum!”. Claudia y Jaime
ayudaron a dar el último paso correctamente. “¡Click!”. El plan al que preferiría no haber tenido que recurrir
había concluido con éxito.
Tiré la silla de cualquier manera mientras todos
se miraban entre ellos, respirando a bocanadas y sin decir nada, como yo.
Golpeé la puerta con los dos puños y apoyé mi cabeza contra esta.
—Me estaba contando lo que quería ser cuando era
pequeño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario