viernes, 21 de noviembre de 2014

[La sonrisa de la muerte] Capítulo 2: VALENTÍA (2/2)

[ATENCIÓN, ESTA ES LA SEGUNDA PARTE DEL CAPÍTULO 2]

◊◊◊

Todos en la sala se habían incorporado y sus caras mostraban, si no era auténtico terror, incomodidad e incertidumbre. Algunos como Dani o Carlos sí se atrevieron a asomarse, mientras que Alma fue la única chica que quiso ver de cerca al nuevo Javi. Marcos miraba al suelo con las manos fuertemente agarradas a la mesa que tenía a su espalda, una de las que se encontraban en el lado de las ventanas. Muy próximo a él, Fer se fumaba otro cigarro de liar apoyado en uno de los marcos. Miraba la silenciosa calle de nuestro difamado barrio obrero de Madrid, por la cual, muy de vez en cuando, pasaba algún coche.

Tras el tercer repaso por mis callados compañeros, seguí enfocando mi atención en el pasillo. El cabrón no se cansaba. Seguía intentando atravesar la pared. Parecía que, tras un espontáneo movimiento de cabeza hacia arriba, haberme visto al otro lado del ventanal había incrementado sus ganas de llegar hasta nosotros.
Podía observar cómo algunos alumnos de las tres clases de enfrente, cada grupo desde su respectivo ventanal, observaban horrorizados la escena. La primera clase empezando desde la izquierda, la más próxima a las escaleras, pertenecía a un pequeño grupo de alumnos de Griego de Primero. Siguiendo el no muy largo pasillo, se encontraba la que teníamos justo delante. No tenía ni idea de la asignatura que allí daban los ahora asustados chicos de Primero, pero en ese momento me importaba una mierda. Si estaba en lo cierto, el aula del final, también ocupada por chicos un año más jóvenes, era utilizada casi todo el día por los mismos alumnos. Es decir, allí se encontraban todas las mochilas de los estudiantes que formaban ese grupo, al contrario que nosotros, que al subir a dar Literatura Universal teníamos que traer el libro, cuadernos y material desde nuestras respectivas clases, en las que teníamos las cosas.
En nuestro lado del pasillo se encontraba,  empezando desde las escaleras, otro aula ocupado por chicos del itinerario tecnológico de nuestro curso. Cuatro gatos que deberían haber tenido una aburrida clase de Electrotecnia. Cada vez que alguien mencionaba esa asignatura, haberme metido al itinerario de Ciencias Sociales me parecía una decisión aún más sabia. De una manera un poco macabra, me alegraba por mis compañeros de ciencias, que se habían ahorrado una hora de verdadero sufrimiento. Aunque, ¿qué sabía por entonces del sufrimiento? Lo mismo que de electrotecnia, seguramente.
Al final de este lado del  pasillo, a nuestra derecha, se encontraba la biblioteca. Era del mismo tamaño que una clase, pero con cuatro grandes mesas y tres de los muros cubiertos de pequeñas estanterías, repletas de viejos y obsoletos libros escolares y alguna novela. 
Un golpe me sobresaltó.
La puerta del aula izquierda de en frente, la de Griego, había sido abierta por un instante y vuelto a cerrar fuertemente. Ante tal estímulo, Javi se giró rápidamente sin dejar de zarandear la cabeza con violencia. En un abrir y cerrar de ojos ya se encontraba aporreando la puerta verde. ¿En qué coño estaban pensando los inconscientes de Primero? De pronto, esta cedió unos centímetros y, con dificultad, los cinco chicos de dentro consiguieron volver a juntarla con el marco. Al ver que su esfuerzo comenzaba a dar sus frutos, el ser aumentó la frecuencia y la fuerza de las hostias, a las que unió la cabeza y pequeñas carrerillas de vez en cuando.
A los pocos segundos paró en seco. Cayó de rodillas y apoyó las ensangrentadas manos en el suelo. Emitió un estremecedor quejido y, tras un par de ondulantes sacudidas en su tronco, comenzó a vomitar. La masa que caía desde su boca era espesa y oscura. Al ir acumulándose, creaba unas formas cuanto menos desagradables y permitía distinguir algunas partes completamente negras. Cuando la viscosa montaña llegó a tener el tamaño de un yorkshire, la criatura se puso de nuevo en pie. De la asquerosa mezcla resbalaba un fluido rojizo que acabó formando un charco alrededor de esta. Escuché a Richar, que se había unido a observar cuando cesaron los porrazos, producir una arcada. Gracias a mi padre ya me había insensibilizado a ese tipo de imágenes, aunque no quitaba que me diera un asco tremendo.
Volvió a golpear la puerta como si nada hubiera pasado.
—Chi-chicos…—Claudia se había levantado con el móvil en la mano, aún temblorosa, para comunicarnos algo—. Tengo una amiga en esa clase y di-dice qu-que…
—¡¿Qué coño dice?!—le interrumpió Carlos.
—¿Quieres dejarla acabar?—ese tío me sacaba de quicio.
Tras bajar la cabeza durante un momento y respirar profundamente, la levantó y prosiguió.
—El pomo de esa aula está roto. Si no sujetan la puerta entre los cinco…—se mordió el labio inferior, volvió a bajar la mirada y espiró de forma entrecortada. Temía por su amiga.
—¿Qué es lo que pasa si no sujetan…?—Richar se dio cuenta por sí solo.
—Si no hacemos nada, va a pasar—fijé la mirada en el suelo, pensativo.
Claudia volvió a acurrucarse en la esquina. Ya me sabía de una que no iba a salir.
Otro portazo nos sobresaltó. Las embestidas no cesaban y la criatura no se cansaba. Pegué un último vistazo a las clases contiguas. No parecía que estuvieran por la labor de ayudar ellos tampoco. La situación del patio se repetía. Me volví a sentar en la mesa mirando a mis otros nueve compañeros.
—Hay que distraerle. Mientras lo hagamos, tenemos la opción de traer a los cinco chicos aquí o a la biblioteca, que si no me equivoco, debería estar abierta.
—Y decías que tenías cabeza… ¿Quién va a ser el valiente que se va a ofrecer voluntario?—empezó a cuestionar Carlos—. ¿Tú, pringao?
—Propón tú algo, no te jode.
—A mí ellos me la sudan. No pienso jugármela por unos niñatos de Primero.
—Serás cabrón…—me levanté amenazante con la esperanza de que alguien me frenara. Al igual que antes, pegarme con él sería una derrota asegurada.
—Déjalo, Chuli—gracias a Dios, Richar.
Alma entró en escena.
—Tienes razón respecto a lo de que tenemos que intervenir—ahora venía el “pero”­—, pero distraerle no es la mejor opción.
No dije nada. Era la primera vez que me dirigía la palabra. Prefería dejar que continuase.
—Además de que no hay mucho espacio para torearle, podría cambiar de objetivo y atacar a uno de los chicos.
—¿Entonces?—preguntó Richar.
—Si de verdad queremos ayudarlos solo hay una forma—nuestras miradas se cruzaron como muchas veces antes, pero nunca lo habían hecho tan intensamente—. Acabando con él.
Al igual que las miradas, no recordaba un silencio tan intenso, y no había habido pocos precisamente durante ese par de horas. Tenía toda la razón. Mandar a uno de nosotros como anzuelo le pondría en una situación muy jodida a la hora de volver a entrar en la clase, y eso si el resto del plan salía bien.
Hice un repaso por los objetos del aula: veintiún mesas incluyendo la del profesor con sus respectivas sillas (una de ellas acolchada), una larga pizarra verde oscuro con un borrador y tizas, un armario metálico con una televisión dentro en la que muy pocas veces solíamos ver algún vídeo didáctico (las pizarras digitales me sonaban a ciencia ficción) y un largo perchero al fondo de la clase. No parecía que tuviéramos un amplio arsenal. Si hubiera habido mochilas, podríamos haber encontrado algo interesante, pero los demás grupos que daban clase allí a lo largo del día lo hacían como nosotros, solo durante una hora en la que tenían que traer sus cosas.
—Tienes razón, pero…—dejé incompleta la frase.
Marcos, sin decir nada, comenzó a subirse a la mesa en la que había estado apoyado la última hora. Todos le mirábamos en silencio. Con un poco de dificultad debida a su complexión, consiguió ponerse de pie sobre esta. Miró hacia arriba y estiró los brazos. ¿Qué pretendía? Pronto nos dimos cuenta.
Agarró con fuerza la pequeña y alargada reja metálica que protegía los tubos fluorescentes, en ese momento apagados. Comenzó a desenroscar uno de los dos alargados cilindros. Cuando lo tuvo en sus manos, agarrándolo con la derecha, lo dejó caer varias veces en la izquierda, como un bateador a punto de colocarse en su puesto.
—¿Qué piensas hacer con eso, Marcos?—preguntó Dani sabiendo lo que se proponía.
Bajó de la mesa sin contestarle y caminó hasta situarse a unos tres metros de la puerta.
—Voy a derribarlo para que puedan salir de esa clase.
—No sé si es buena idea, tío. No parece ser muy resistente—le dije.
—Hazle caso, Marcos. Pensemos algo mejor—le aconsejó Dani.
—He dicho que voy a derribarlo—repitió con una actitud de falsa confianza. Mientras su respiración iba aumentando de ritmo, el sudor comenzaba a darle brillo a su casi invisible frente.
—En serio, Marcos—me levanté y me acerqué a él con intenciones de quitarle el tubo, hasta él tenía que darse cuenta de que no era una decisión sabia—. Déjalo, vamos a…
Me apartó las manos de un rápido movimiento a la vez que se alejaba de mí. Empezó a temblar.
—¡No tienes derecho a darme órdenes! ¡Estoy harto de oírte intentar controlar la situación, y con palabras no vas a conseguir salvar a nadie!
Me quedé en el sitio. Callado. La respiración de Marcos debía de oírse desde la esquina contraria del aula.
—¡Todos me tenéis hasta los cojones! Nunca os habéis preocupado por mí e incluso me habéis menospreciado continuamente. ¿A qué viene esto ahora? Intentáis haceros los héroes pero mirad quién es el que está actuando.
—Pues venga, sal, yo no te lo voy a impedir—dijo impertinentemente Carlos mientras una sonrisa se dibujaba en su burlón rostro—. Si esa cosa te pilla, seguro que le das entretenimiento para unas horas, BigMarc.
Solo Jaime rió la macabra broma, hasta que vio cómo les mirábamos. Había asco, odio e impotencia en nuestras miradas pero, lo que más me preocupaba, era la indiferencia de Marta, que seguía mascando un chicle de forma desinteresada. Silenciosa pero igual de hija de puta.
Marcos bajó la mirada. Sorbió y se pasó la mano libre por los ojos para eliminar todo rastro del daño que habían causado aquellas palabras. Levantó la cabeza de nuevo apretando los labios y continuó.
—Siempre me habréis visto tranquilo ante los insultos, pero como veis…—respiró profundamente—a día de hoy me siguen jodiendo. No es algo a lo que te puedas acostumbrar, ¿sabéis? Aun así, afortunadamente, no todo el mundo me ha tratado de esta manera. Y de verdad te lo agradezco—miró a Alma—. Siempre me has sonreído y te has dirigido a mí amistosamente. Eres… —titubeó—. Eres la razón de que vaya a hacer esto.
Pensaba que le frenaría inmediatamente aprovechando que era la única persona a la que tendría en cuenta. Me equivocaba. Anduvo rápida y silenciosamente hasta él y, sin decir una palabra, le abrazó. Pude apreciar como el pobre de Marcos abrió la boca esperando un apasionado beso de ella. Mantuvo la cara de tonto mientras apoyaba la cabeza sobre el hombro izquierdo de Alma. Una escena tierna y ridícula a partes iguales.

◊◊◊

El rechoncho chaval iba a enfrentarse cara a cara con ese demonio y nada lo iba a frenar. Cuando se separó de ella, que le puso la mano en el hombro dando ánimos, tomó una fuerte bocanada de aire y se dio la vuelta. Ante él se encontraba la puerta al pequeño infierno donde debería batirse en duelo con aquel monstruo.
Dudó por un instante, inmóvil, hasta que otro golpe de la puerta rota, seguido de auténticos gritos de terror de quienes la sujetaban, le hizo volver a su propósito.
Abrió la puerta lentamente para evitar cualquier ruido. A causa del barullo que él mismo estaba montando, el antiguo Javi ni se dio cuenta de lo cerca y accesible que tenía a su nueva presa.
Nuestro compañero, con el fluorescente de metro y medio en alto, avanzó lentamente, temblando. Unas oscuras manchas en su camiseta gris empezaron a brotar desde sus axilas. Estaba a menos de dos metros del escandaloso ser.
Un metro.
La sombra de Marcos ya se proyectaba sobre la defectuosa puerta. Y sobre él.
Con un rápido movimiento en arco golpeó la espalda de la criatura.
El tubo se rompió en mil pedazos, dejando un rastro de suciedad en su camiseta blanca. Mierda. Las piernas de Marcos respondieron con un violento zarandeo mientras este, petrificado, aún sujetaba los veinte centímetros que habían quedado del tubo, acabados en varios picos de cristal. La reacción del ser fue distinta. Giró sobre sí mismo rápidamente para reconocer a su próxima víctima. Otra vez esa sonrisa.
En el aula, todos habíamos seguido cada movimiento de nuestro enviado. Unos gritaron, otros nos llevamos la mano a la boca y otros simplemente se sorprendieron.
Se abalanzó sobre Marcos de tal manera que cayó contra el suelo de espaldas.
Aquello que vi en el patio se iba a repetir. Y esta vez con una persona con la que había hablado momentos antes, que sabía a lo que se arriesgaba. Era incapaz de creérmelo al igual que de hacer algo al respecto. El miedo me paralizaba.
Sin borrar la sádica sonrisa, la criatura comenzó a separar los maxilares. Quizá a separarlos demasiado. El ángulo que formaban su mandíbula y la fila de dientes superior no parecía parar de abrirse. Las mejillas del ser empezaron a rasgarse lentamente conforme seguían haciéndolo. Aquello era grotesco. La sangre comenzó a brotar desde las rajas hasta la ropa de nuestro compañero, resbalando por su mentón. Otra mancha oscura empezó a surgir en la ropa de Marcos, esta vez en su entrepierna.
Nuestra puerta sonó.
El objetivo estaba fijado y el que días antes había coincidido en los pasillos con nosotros, esta vez lo hacía de una forma horriblemente distinta. Rápidamente, dirigió su desfigurada boca hacia el cuello de Marcos con un veloz movimiento. Una patada en el costado impidió que arrancara una porción del horrorizado alumno. Dani le había salvado.
Una vez dejó de sentir el peso de su muerte segura, Marcos empezó a gritar desesperadamente. Parecía que el miedo extremo que acababa de experimentar le había estado impidiendo que lo hiciera, como en una de esas pesadillas en las que, por más que uno lo intenta, no consigue emitir sonido alguno.
Un tirón en el brazo le hizo volver de su pánico. Aprovechando que la criatura yacía de costado en el suelo, Marcos tenía que incorporarse y, por cuestión de peso, Dani no iba a poder levantarle sin su colaboración.
Ya estaba de rodillas, a punto de levantarse y salir huyendo de esa locura, cuando el ser sorprendió a Dani de un salto. Este cayó con el hombro derecho contra el suelo del maldito pasillo. Misma postura, distinta víctima. La sangre que seguía brotando de su espeluznante cara salpicaba la de Dani que, mientras forcejeaba, cerró la boca fuertemente al saborear por accidente ese oscuro fluido.
Teniendo en cuenta lo que había pasado segundos antes, el endemoniado caníbal se dio más prisa en hincar el diente en su presa, pero de nuevo algo le interrumpió. Desde atrás, por culpa de la adrenalina, Marcos no atinó donde quería con lo poco que quedaba de su arma, pero logró su objetivo, frenar sus hambrientas intenciones. Le había rebanado parte del lado izquierdo de la cara con el puntiagudo cristal. La sangre seguía cayendo y resbalando de su rostro al de Dani. Era incapaz de imaginarme como tenía que sentirse bajo esa lluvia roja.
Javi ya había tenido suficiente. La proximidad a Marcos bastó para morderle el brazo izquierdo simplemente dándose un poco la vuelta. Este emitió un desgarrador quejido de dolor. La criatura tiró y de la carne arrancada, ahora en sus fauces, salían múltiples fibras que conectaban con la dañada extremidad. El dolor hizo a Marcos caer casi inconsciente mientras lloraba. Los llantos fueron amainando mientras el ser se iba haciendo con más partes de nuestro compañero, que engullía sin apenas masticar.
Mientras tanto, Dani se había arrastrado con una expresión de horror bañada en rojo hacia la puerta, que Richar abrió corriendo. Una vez dentro, todos acudieron a él, unos más preocupados que otros. Claudia no paraba de llorar mientras le limpiaba la cara con varios kleenex. Si todos los que habíamos visto aquello íbamos a quedar seriamente tocados, el trauma de Dani iba a ser importante. 
Yo era el único que no había bajado de la mesa. Seguía observando el festín del que estaba gozando ese hijo de puta. No bajaba el ritmo, su hambre parecía no cesar. Sin darme cuenta, el brazo por el que había empezado, exceptuando la mano, ya era casi todo hueso y había comenzado con la zona del abdomen. Cuando empezó a tirar de los intestinos con el mismo ímpetu que un niño abriendo sus regalos, me pareció buen momento para reunirme con mis compañeros y dejar de ser testigo de aquella macabra escena.

FIN DEL SEGUNDO CAPÍTULO

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